Cualquier persona que no crea en los milagros, no es realista”.
Audrey Hepburn
Los milagros nadie los hace ni los provoca, se descubren. El milagro es el resultado de consentir a que las fuerzas universales se manifiesten a través de nosotros. Cuando comprendemos que nuestra verdadera naturaleza siempre está en sintonía con la vida, y confiamos en ella, el milagro se revela. Sin esa sensibilidad todo es superficial, fortuito y vacío.
La palabra milagro proviene del latín “mirari”, que implica “asombrarse, extrañar, admirar”, más tarde “contemplar” y por último “mirar”. Se utiliza para designar los fenómenos que no responden a las leyes lógicas que conocemos. El poeta argentino Oliverio Girondo dijo: “¿Y no basta con abrir los ojos y mirar para convencernos de que la realidad es, en realidad, el más auténtico de los milagros?”.
Muchas personas, pasan la vida “buscando” el milagro en vez de “encontrarlo”. Lo cierto es que muchas veces el milagro está frente a sus caras, pero no lo reconocen porque lo esperan en un envoltorio diferente. El ego es enemigo de los milagros. La Biblia relata la historia de Naaman, oficial en jefe de la milicia de un rey, quien se enfermó de lepra.
A Naaman le recomendaron que fuera a ver a un profeta llamado Elisha quien le daría la cura. Naaman hizo un largo viaje para consultar a Elisha, pero el profeta no lo recibió, sino que envió a uno de sus asistentes quien le dio un simple remedio: “Conecta con el poder del agua y sumérgete en el Río Jordán”. “Si haces esta acción”, le dijo “serás curado”.
En vez de estar feliz por haber recibido una prescripción sencilla y fácil de realizar, Naaman se molestó porque Elisha no lo había tratado con el respeto que él se merecía. Además de haber sido recibido por su mensajero y no por el mismo profeta, había hecho mucho esfuerzo para recibir un consejo tan simplón. La respuesta buscada llegó en un envoltorio muy diferente al que él esperaba.
¿Cuántas veces tenemos una reacción parecida? Simplemente, el ego se resiste a ver las respuestas que no le permiten lucirse como protagonista. Cuando la solución es sencilla ¡no le gusta! Para el ego, mientras más complicado mejor. En cambio, la respuesta que nos llega desde la Luz siempre es simple, y si somos humildes, también es fácil de llevar a la acción.
La palabra “Adviento” viene del latín ad-venio que significa “Llegada” o “Venida”, y de la palabra griega “Parusía” que significa “Presencia”. Antiguamente, el término se usaba para designar la presencia de un rey o señor. También se utilizaba para nombrar el tiempo que el dios al que se rendía culto regalaba a sus fieles. El tiempo de Adviento es un espacio litúrgico de cuatro semanas que inicia la Navidad, el periodo del año que más favorece la reconciliación, el amor, y los milagros.
Este año, el período que anuncia el comienzo de la presencia de Dios en el mundo va desde el 30 de Noviembre (Día de San Andrés) hasta el 21 de Diciembre (Día del Ángel de La Navidad). Cada día, el proceso de crecimiento y maduración de la presencia de Dios va en aumento, hasta el día en que vuelve con toda su gloria y majestad a traer luz a los corazones de sus criaturas.
El escritor belga Paul Carvel creía que ser testigos del nacimiento de un niño, es la mejor oportunidad de experimentar el significado de la palabra milagro. Cada vez que alguien va más allá del egoísmo para compartir su luz con los demás, el milagro del nacimiento del Niño-Dios ocurre de nuevo. Celebrar el Adviento significa reconocer la presencia de Dios en cada persona.
Si quieres vivir desde el milagro regálate a ti mismo a otros. Aprende, enseña, y comparte con los demás lo que sabes. Si eres flautista, decoradora, médico, artesano, terapeuta, o cualquier otra cosa, entrega tu talento solo por el placer de compartir el regalo que has recibido. Esta forma de dedicación, en la que te brindas desde el corazón, abre las puertas del cielo que entrega generosamente su poder para manifestar milagros.
Alejandro Jodorowsky pone un ejemplo de recibir regalos inesperados, que nos permite comprender mejor el fenomeno. Él pide que imagines que en un semáforo alguien limpia el cristal delantero de tu carro, a pesar de que tú gesticulas afanosamente diciéndole que no. Y cuando bajas el cristal echando pestes y refunfuñando para darle una moneda, en vez de cogerla, la persona que te limpió el cristal te regala una rosa. ¿Te das cuenta? Estarías impactado todo el día pensando en lo que te sucedió.
Aprovecha las energías presentes en este tiempo para transformar tu mente en un templo abierto, en el que cada pensamiento sea una oración de amor, esa energía misteriosa que sostiene el universo y nos habita a todos. El poeta y maestro zen Thich Nhat Hanh escribió: “El milagro no es caminar sobre el agua. El milagro es caminar sobre la tierra verde en el presente, para apreciar la belleza y la paz de la que dispones ahora”.
Audrey Hepburn
Los milagros nadie los hace ni los provoca, se descubren. El milagro es el resultado de consentir a que las fuerzas universales se manifiesten a través de nosotros. Cuando comprendemos que nuestra verdadera naturaleza siempre está en sintonía con la vida, y confiamos en ella, el milagro se revela. Sin esa sensibilidad todo es superficial, fortuito y vacío.
La palabra milagro proviene del latín “mirari”, que implica “asombrarse, extrañar, admirar”, más tarde “contemplar” y por último “mirar”. Se utiliza para designar los fenómenos que no responden a las leyes lógicas que conocemos. El poeta argentino Oliverio Girondo dijo: “¿Y no basta con abrir los ojos y mirar para convencernos de que la realidad es, en realidad, el más auténtico de los milagros?”.
Muchas personas, pasan la vida “buscando” el milagro en vez de “encontrarlo”. Lo cierto es que muchas veces el milagro está frente a sus caras, pero no lo reconocen porque lo esperan en un envoltorio diferente. El ego es enemigo de los milagros. La Biblia relata la historia de Naaman, oficial en jefe de la milicia de un rey, quien se enfermó de lepra.
A Naaman le recomendaron que fuera a ver a un profeta llamado Elisha quien le daría la cura. Naaman hizo un largo viaje para consultar a Elisha, pero el profeta no lo recibió, sino que envió a uno de sus asistentes quien le dio un simple remedio: “Conecta con el poder del agua y sumérgete en el Río Jordán”. “Si haces esta acción”, le dijo “serás curado”.
En vez de estar feliz por haber recibido una prescripción sencilla y fácil de realizar, Naaman se molestó porque Elisha no lo había tratado con el respeto que él se merecía. Además de haber sido recibido por su mensajero y no por el mismo profeta, había hecho mucho esfuerzo para recibir un consejo tan simplón. La respuesta buscada llegó en un envoltorio muy diferente al que él esperaba.
¿Cuántas veces tenemos una reacción parecida? Simplemente, el ego se resiste a ver las respuestas que no le permiten lucirse como protagonista. Cuando la solución es sencilla ¡no le gusta! Para el ego, mientras más complicado mejor. En cambio, la respuesta que nos llega desde la Luz siempre es simple, y si somos humildes, también es fácil de llevar a la acción.
La palabra “Adviento” viene del latín ad-venio que significa “Llegada” o “Venida”, y de la palabra griega “Parusía” que significa “Presencia”. Antiguamente, el término se usaba para designar la presencia de un rey o señor. También se utilizaba para nombrar el tiempo que el dios al que se rendía culto regalaba a sus fieles. El tiempo de Adviento es un espacio litúrgico de cuatro semanas que inicia la Navidad, el periodo del año que más favorece la reconciliación, el amor, y los milagros.
Este año, el período que anuncia el comienzo de la presencia de Dios en el mundo va desde el 30 de Noviembre (Día de San Andrés) hasta el 21 de Diciembre (Día del Ángel de La Navidad). Cada día, el proceso de crecimiento y maduración de la presencia de Dios va en aumento, hasta el día en que vuelve con toda su gloria y majestad a traer luz a los corazones de sus criaturas.
El escritor belga Paul Carvel creía que ser testigos del nacimiento de un niño, es la mejor oportunidad de experimentar el significado de la palabra milagro. Cada vez que alguien va más allá del egoísmo para compartir su luz con los demás, el milagro del nacimiento del Niño-Dios ocurre de nuevo. Celebrar el Adviento significa reconocer la presencia de Dios en cada persona.
Si quieres vivir desde el milagro regálate a ti mismo a otros. Aprende, enseña, y comparte con los demás lo que sabes. Si eres flautista, decoradora, médico, artesano, terapeuta, o cualquier otra cosa, entrega tu talento solo por el placer de compartir el regalo que has recibido. Esta forma de dedicación, en la que te brindas desde el corazón, abre las puertas del cielo que entrega generosamente su poder para manifestar milagros.
Tiempos de adviento |
Alejandro Jodorowsky pone un ejemplo de recibir regalos inesperados, que nos permite comprender mejor el fenomeno. Él pide que imagines que en un semáforo alguien limpia el cristal delantero de tu carro, a pesar de que tú gesticulas afanosamente diciéndole que no. Y cuando bajas el cristal echando pestes y refunfuñando para darle una moneda, en vez de cogerla, la persona que te limpió el cristal te regala una rosa. ¿Te das cuenta? Estarías impactado todo el día pensando en lo que te sucedió.
Aprovecha las energías presentes en este tiempo para transformar tu mente en un templo abierto, en el que cada pensamiento sea una oración de amor, esa energía misteriosa que sostiene el universo y nos habita a todos. El poeta y maestro zen Thich Nhat Hanh escribió: “El milagro no es caminar sobre el agua. El milagro es caminar sobre la tierra verde en el presente, para apreciar la belleza y la paz de la que dispones ahora”.
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