La “motivación” es uno de los temas que más preocupa a los docentes. Bueno, a los docentes y a todo el mundo. Todos queremos estar motivados, motivar a alguien o que nos motiven: psicólogos, políticos, sacerdotes, vendedores, publicistas, enamorados, timadores. Recuerdo una viñeta que representaba a un mendigo con un cartel que decía: “Un poco de motivación, por amor de Dios”.
En las escuelas de negocios hay cátedras sobre cómo impulsar la motivación en el trabajo, y ha aparecido una nueva profesión: el coaching motivacional. Transcribo la publicidad de uno de esos nuevos profesionales: “Si quieres conseguir algo y no sabes por dónde empezar…Si alguna vez te has propuesto objetivos como pedir un aumento de sueldo, cambiar de trabajo, montar una empresa, o dejar de fumar, aprender inglés, a tocar el piano, etc… pero te ha faltado el impulso para dar el primer paso. Tu coach motivacional te ayudará a conseguirlo.
Comencemos por el principio. Llamamos “motivación” a lo que explica el inicio, la dirección y el mantenimiento de la acción. En lenguaje vulgar, significa “tener ganas de hacer algo”. Resulta extraño que esa palabra –tan omnipresente e imprescindible en la actualidad– sea muy moderna, y más sorprendente todavía el hecho de que en los años 80 los psicólogos pensaran prescindir de ese concepto por la dificultad que entraña su definición.
Si la idea es tan reciente, ¿cómo explicaba la psicología el comienzo de la acción, antes de que se inventara la palabra “motivación”? Pues apelando al concepto de “voluntad”, que, después de servir durante dos mil años para explicar el comportamiento humano, fue expulsado de los libros de psicología y de pedagogía.
El asunto es tan raro que escribí un libro para explicarlo: El misterio de la voluntad perdida (Anagrama). Aunque parece que ambas palabras –motivación y voluntad– significan lo mismo, pertenecen a dos enfoques diferentes. En el primero, la voluntad es la decide la acción. En el otro, esla motivación la que explica el comportamiento. Este es el modelo que se ha impuesto. Entonces, ¿qué sucede si no estoy motivado, si no tengo ganas de hacer algo? Pues que no puedo hacerlo. Esta idea se nos ha metido de rondón en la práctica pedagógica.
Cuando yo era estudiante, el concepto de motivación no existía o, al menos, no oí nunca esa palabra. Precisamente, lo que nos repetían nuestros padres y maestros era: “Tienes que hacer lo que debes hacer, aunque no tengas ganas”. En realidad, eso seguimos pensándolo todos. Imaginen que llaman a un fontanero para que les arregle un grifo, y les hace una chapuza. Imaginen que van a protestar y que el fontanero les dice: “Es que ayer no estaba motivado para arreglar grifos”. Estoy seguro de que no la considerarían una razón convincente.
'Debemos' estar motivados
Es evidente que es mejor estar motivado para hacer las cosas, porque eso facilita el compromiso, el interés, el ánimo, la energía, favorece la atención y aleja el cansancio. Pero no es imprescindible para actuar. Atiendan a este diálogo: “Mamá, no tengo ganas de ir al colegio. No estoy motivado. Me aburro mucho, los niños se meten conmigo y los profesores no me quieren”. “Hijo, tienes que ir al colegio por tres motivos. El primero, porque hay que superar las dificultades. El segundo, porque al hacerlo te sentirás contento y satisfecho. Y sobre todo, porque eres el director del colegio y tu deber es ir”.
En efecto, el deber es un recurso que entra en juego cuando la motivación desfallece. Por eso, resulta escandaloso que la pedagogía actual sienta alergia a utilizar este concepto. Los docentes debemos esforzarnos en motivar, animar, ayudar, estimular, despertar la curiosidad. Pero también en fomentar el sentido del deber.
Lo que nos repetían nuestros padres y maestros era: “Tienes que hacer lo que debes hacer, aunque no tengas ganas”
Hay que advertir que el deber no es contrario a la libertad, no es una coacción, sino que, al contrario, es un factor imprescindible para la libertad y la convivencia justa. Recordaré algunas nociones elementales, que todos sabemos, que todos usamos, pero sobre las que no reflexionamos mucho pues casi no nos damos cuenta.
Hay tres tipos de deberes. Unos, de coacción, impuestos por la autoridad, y que deben ser sometidos a escrutinio. Si favorecen la justicia y fomentan la libertad son respetables, y si no, no. El deber de respetar las normas de tráfico favorece nuestra libertad de transitar, no la elimina. El segundo tipo de deberes deriva de las promesas y los contratos. Al hacerlos, me obligo a cumplirlos. El tercer tipo, el más expansivo y creador, lo constituyen los “deberes de proyecto”. Si quiero edificar una casa de diez pisos, “debo” construir los cimientos adecuados. Si quiero jugar bien al tenis, “debo” entrenarme. Si quiero aprender matemáticas, “debo” estudiar. Si quiero ser una persona decente, “debo” cumplir las normas éticas. Los deberes son un medio para conseguir un fin.
El deber es un marco de seguridad que nos salva cuando la motivación no funciona. Pero eso no quiere decir que tengamos que descuidar aquella.Ortega escribió: “Es triste tener que hacer por deber lo que podríamos hacer por entusiasmo”. Sin duda alguna. Escribí Los secretos de la motivación (Ariel) precisamente para mostrar cómo podemos fomentar la motivación o el entusiasmo en las aulas. Ahora sabemos muchas cosas acerca de la educación del inconsciente, manantial del que proceden los deseos, los impulsos y la motivación.
Cuando motivamos a una persona, hacemos emerger sus energías dormidas, incentivamos su acción, animamos sus esperanzas. Para conseguirlo, tenemos que apelar a los tres grandes e inevitables deseos que tienen los seres humanos, niños, adolescentes, adultos o ancianos. El primero es pasarlo bien, disfrutar, sentirse seguros. Es el deseo hedónico. El segundo es la necesidad de querer y ser querido, de ser reconocido y valorado. Es el deseo de vinculación social. El tercero me impulsa a progresar, a sentirme capaz, a encontrar sentido a las cosas. Nadie quiere sentirse insignificante ni sentirse empantanado. Hay en todos nosotros un deseo de sentido, de superación, de progreso que no podemos evitar y que, si lo hacemos, acaba pasando una pesada factura: el desánimo, la depresión, el aburrimiento, la desesperanza.
En las escuelas de negocios hay cátedras sobre cómo impulsar la motivación en el trabajo, y ha aparecido una nueva profesión: el coaching motivacional. Transcribo la publicidad de uno de esos nuevos profesionales: “Si quieres conseguir algo y no sabes por dónde empezar…Si alguna vez te has propuesto objetivos como pedir un aumento de sueldo, cambiar de trabajo, montar una empresa, o dejar de fumar, aprender inglés, a tocar el piano, etc… pero te ha faltado el impulso para dar el primer paso. Tu coach motivacional te ayudará a conseguirlo.
Comencemos por el principio. Llamamos “motivación” a lo que explica el inicio, la dirección y el mantenimiento de la acción. En lenguaje vulgar, significa “tener ganas de hacer algo”. Resulta extraño que esa palabra –tan omnipresente e imprescindible en la actualidad– sea muy moderna, y más sorprendente todavía el hecho de que en los años 80 los psicólogos pensaran prescindir de ese concepto por la dificultad que entraña su definición.
Si la idea es tan reciente, ¿cómo explicaba la psicología el comienzo de la acción, antes de que se inventara la palabra “motivación”? Pues apelando al concepto de “voluntad”, que, después de servir durante dos mil años para explicar el comportamiento humano, fue expulsado de los libros de psicología y de pedagogía.
El asunto es tan raro que escribí un libro para explicarlo: El misterio de la voluntad perdida (Anagrama). Aunque parece que ambas palabras –motivación y voluntad– significan lo mismo, pertenecen a dos enfoques diferentes. En el primero, la voluntad es la decide la acción. En el otro, esla motivación la que explica el comportamiento. Este es el modelo que se ha impuesto. Entonces, ¿qué sucede si no estoy motivado, si no tengo ganas de hacer algo? Pues que no puedo hacerlo. Esta idea se nos ha metido de rondón en la práctica pedagógica.
Cuando yo era estudiante, el concepto de motivación no existía o, al menos, no oí nunca esa palabra. Precisamente, lo que nos repetían nuestros padres y maestros era: “Tienes que hacer lo que debes hacer, aunque no tengas ganas”. En realidad, eso seguimos pensándolo todos. Imaginen que llaman a un fontanero para que les arregle un grifo, y les hace una chapuza. Imaginen que van a protestar y que el fontanero les dice: “Es que ayer no estaba motivado para arreglar grifos”. Estoy seguro de que no la considerarían una razón convincente.
'Debemos' estar motivados
Es evidente que es mejor estar motivado para hacer las cosas, porque eso facilita el compromiso, el interés, el ánimo, la energía, favorece la atención y aleja el cansancio. Pero no es imprescindible para actuar. Atiendan a este diálogo: “Mamá, no tengo ganas de ir al colegio. No estoy motivado. Me aburro mucho, los niños se meten conmigo y los profesores no me quieren”. “Hijo, tienes que ir al colegio por tres motivos. El primero, porque hay que superar las dificultades. El segundo, porque al hacerlo te sentirás contento y satisfecho. Y sobre todo, porque eres el director del colegio y tu deber es ir”.
En efecto, el deber es un recurso que entra en juego cuando la motivación desfallece. Por eso, resulta escandaloso que la pedagogía actual sienta alergia a utilizar este concepto. Los docentes debemos esforzarnos en motivar, animar, ayudar, estimular, despertar la curiosidad. Pero también en fomentar el sentido del deber.
Lo que nos repetían nuestros padres y maestros era: “Tienes que hacer lo que debes hacer, aunque no tengas ganas”
Hay que advertir que el deber no es contrario a la libertad, no es una coacción, sino que, al contrario, es un factor imprescindible para la libertad y la convivencia justa. Recordaré algunas nociones elementales, que todos sabemos, que todos usamos, pero sobre las que no reflexionamos mucho pues casi no nos damos cuenta.
Hay tres tipos de deberes. Unos, de coacción, impuestos por la autoridad, y que deben ser sometidos a escrutinio. Si favorecen la justicia y fomentan la libertad son respetables, y si no, no. El deber de respetar las normas de tráfico favorece nuestra libertad de transitar, no la elimina. El segundo tipo de deberes deriva de las promesas y los contratos. Al hacerlos, me obligo a cumplirlos. El tercer tipo, el más expansivo y creador, lo constituyen los “deberes de proyecto”. Si quiero edificar una casa de diez pisos, “debo” construir los cimientos adecuados. Si quiero jugar bien al tenis, “debo” entrenarme. Si quiero aprender matemáticas, “debo” estudiar. Si quiero ser una persona decente, “debo” cumplir las normas éticas. Los deberes son un medio para conseguir un fin.
El deber es un marco de seguridad que nos salva cuando la motivación no funciona. Pero eso no quiere decir que tengamos que descuidar aquella.Ortega escribió: “Es triste tener que hacer por deber lo que podríamos hacer por entusiasmo”. Sin duda alguna. Escribí Los secretos de la motivación (Ariel) precisamente para mostrar cómo podemos fomentar la motivación o el entusiasmo en las aulas. Ahora sabemos muchas cosas acerca de la educación del inconsciente, manantial del que proceden los deseos, los impulsos y la motivación.
Cuando motivamos a una persona, hacemos emerger sus energías dormidas, incentivamos su acción, animamos sus esperanzas. Para conseguirlo, tenemos que apelar a los tres grandes e inevitables deseos que tienen los seres humanos, niños, adolescentes, adultos o ancianos. El primero es pasarlo bien, disfrutar, sentirse seguros. Es el deseo hedónico. El segundo es la necesidad de querer y ser querido, de ser reconocido y valorado. Es el deseo de vinculación social. El tercero me impulsa a progresar, a sentirme capaz, a encontrar sentido a las cosas. Nadie quiere sentirse insignificante ni sentirse empantanado. Hay en todos nosotros un deseo de sentido, de superación, de progreso que no podemos evitar y que, si lo hacemos, acaba pasando una pesada factura: el desánimo, la depresión, el aburrimiento, la desesperanza.
Foto Archivo |
Si no estamos motivados, ¿qué podemos hacer? Intentar aplicarnos lo que sabemos sobre motivación. Y, si no funciona, cumplir con nuestro deber, con ganas o sin ganas.
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